¡Hola de nuevo! Soy yo, Nuria. No os dije que me encantaba tanto escribir como dibujar (estando en este blog creo que se suponía).
Hoy os traigo un relato corto donde juego con los juegos de los niños (¡qué lioso!). Seguro que alguna vez habéis jugado o alguien cercano a vosotr@s a jugado a tener un amigo invisible...
Pues bien, antes de leerlo, me gustaría que pensáseis que haríais si fuéseis invisibles a largo plazo. ¿Cómo sería vuestra vida si nadie nunca os hubiese visto? ¿Sería divertido? ¿Cómo sobreviviríais? ¿Cómo pasaríais el tiempo?
¿Ya sabéis la respuesta de todas? Yo, para escribir esta historia, me autopregunté esas preguntas. Ahora, aférraros a vuestra decisión y leedlo, para ver en qué coincidimos, y en qué no.
Título:
"Ha sido mi amigo"
Me llamo Ocris y tengo dieciséis años de
edad, pero por mi forma de ser y de vivir, me considero que tengo
entre diez o veinte años más. Vivo solo en un ático, en las
afueras de la ciudad. En esta autopresentación tengo que destacar
que soy muy ordenado. perfeccionista, y que... soy invisible.
Todas las mañanas me levanto con la misma
expresión en la cara: aburrimiento. Desayuno un par de tostadas y
bajo las escaleras, para hacer un poco de ejercicio. Es agotador ver
cómo los vecinos siempre abren la puerta del ascensor con cuidado, y
si el botón “cero” ya está pulsado, cierran la puerta
bruscamente y bajan las escaleras con el semblante pálido. ¡Ni que
les fuera a comer! Tras resoplar cansado, por fin llego a la planta
principal, donde siempre alguien se asusta al ver la puerta abrirse y
cerrarse “sola”. La población es muy ignorante, se rumorea que
donde yo vivo habita un alma en pena, que claro, ¡soy yo! Pero
nadie, absolutamente nadie, se ha parado a pensar y decir: “Pues,
¿Por qué no podría ser un hombre o mujer invisible?”.
Siempre, cuando acabo de correr, vuelvo a
casa, pero, el tres de junio a las doce menos cuarto me paré delante
de un bar. Había gente desayunando en las mesas que están en la
calle, con su sombrilla amarilla, y tuve ganas de hacer lo mismo que
ellos. Me senté en una mesa, solo, y observé a una familia
compuesta por unos padres y un niño que no pasaría los cinco años
de edad. El camarero les llevó dos tazas de café y una tableta de
chocolate. Tuve ganas de desayunar lo mismo, aunque, claro, el
camarero no me vería. Miré en la carta cuánto costaba una taza de
café y una tableta de chocolate, y seleccioné de mi monedero la
cantidad apropiada. Llevé los euros en el puño de mi mano, para que
la gente que pasase no lo viese. Me acerqué a la mesa, y cogí un
café y una onza de chocolate. La familia no daba crédito a lo que
veía: Una taza de café y un poco de chocolate flotando. Dejé el
dinero sobre la mano de la madre y me dirigí a mi mesa, a comer.
-¿Qué... qué se supone que ha sido eso? -
Exclamó, alarmada.
-Una broma ¿no? Bueno, dicen que por estos
alrededores vive un fantasma... - Dijo el padre, sin apenas mover los
labios.
-No. Papá, mamá, ha sido mi amigo invisible –
Sonrió el niño, mientras yo, desde mi mesa, alzaba la cabeza
asombrado, pero a la vez satisfecho: “A partir de ahora, sí”.
¿Qué os ha parecido?¿Es muy distinto? ¿Os habéis has planteado esos detalles? ¡Espero vuestras respuestas y opiniones!